domingo, 11 de abril de 2010

DIÁLOGO CON UN INERTE

¡Inerte! Sólo te siento en tiempos de fiesta, con tus estruendos, con tu alboroto.

Para ti soy una desconocida, aunque crecí en tus calles, alguna vez disfruté de tus muros, de tus aceras; aprendí a patinar, a correr, a caerme. Me has dejado varias cicatrices, pero nada más.

Ahora te veo porque nos une el destino, te veo porque tengo que pasar por tus calles para llegar a mi casa.

Me das miedo. No me gustan las personas que se hacen en tus esquinas a esperar a los clientes y observan con mirada amenazante a cualquier desconocido que decida pasar. Me molesta abrir la puerta y darme cuenta de que hay personas que sólo se dedican a mirar a los demás como si fueran policías.

¡Inerte! Quienes te habitan son tan mudos, inmóviles e inhumanos como tú. Me ofreces una tranquilidad a medias. Por muchos policías que puedan rodearte sólo me produces una sensación de incertidumbre.

¿Qué más podías esperar? He visto perecer inocentes, adolescentes desubicadas que soñaban con la fama; he sido testigo del dolor; he sentido el olor a muerte; he sido espectadora desde mi balcón; he llorado por quien no conocía; me he angustiado por mi familia; te he odiado con todo mi corazón.

Ahora me alejé de ti, sólo sé que existes cuando estoy a unas cuantas cuadras de mi hogar. Sólo te recuerdo, no te reconozco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario