sábado, 5 de septiembre de 2009

Una tarde de remordimieto

Últimamente siento que me pasan cosas muy extrañas. A veces creo que me persiguen. Ya no me gusta montar en bus, no quiero que se me acerquen desconocidos, no disfruto de las reuniones sociales, no me gusta la noche, ni la oscuridad, no soporto los niños, he perdido el apetito, nada me hace reír. Ya no disfruto de la vida.

Aún sueño con ese pequeño. Puedo ver sus ojos tan deformes, tan maltratado, lo veo muy bien, es un niño gris, parece un muñeco de barro, y a su lado está ella, cuidándolo, pero no lo entiendo, si él no lo necesita, ya para qué, lo hubiera hecho antes, cuando todavía tenía esperanzas.

Es algo extraño, a veces veo a otro niño de espaldas, pero no he podido conocer su mirada, es amigo de ellos, lo sé, ya los he visto en sueños anteriores; aún no lo saben, creen que me confunden, pero sé la verdad.

Era medio día, estaba con mi prima y mi hermano en la sala de mi casa, cuando sonó el teléfono, era Anny, estaba lista para ir a la clínica. Me puse nervioso, comenzó a faltarme el aire, las manos me temblaban, mi pulso se aceleró, me quedé inmóvil por un rato.

Fui a recogerla, ella estaba nerviosa, pero sabía que era lo mejor, no podía abandonar su vida de modelo y mucho menos contarle a sus padres que iba a tener un hijo con un simple músico adicto a la marihuana.

Entramos a la clínica, muy prestigiosa por cierto, el médico nos aseguró que no había ningún peligro, ella entró a la sala de cirugía, nos abrazamos, le entregué mi manilla de cuero para que le fuera bien. Me senté en la sala de espera, estaba ansioso, sudaba, miraba el reloj cada diez segundos, me comía las uñas. El tiempo, maldito tiempo, desde ese día se convirtió en mi enemigo.

Después de una hora vi que entraban y salían enfermeras de la sala de cirugía con mucha prisa, me acerqué para ver que pasaba, pero nadie me dio razón, exigí que me dejaran entrar, pero fue imposible, mi desesperación aumentó, la rabia me estaba consumiendo, algo me ocultaban.

Por fin un médico salió, su rostro me asustó, estaba pálido como una hoja de papel, su expresión era desalentadora. Su bata estaba llena de sangre, al igual que sus manos.

No me tuvo que decir nada para adivinar que no sólo había perdido a un hijo, sino también a su madre. Salí corriendo, no quería hacerme responsable, ella era menor de edad y no iba a ser yo quien pagara las consecuencias de una decisión que tomamos juntos.

Lo veo, está a mi lado, tengo miedo, ahora es él quien puede hacerme daño, se acerca, pienso que es un sueño, quiero despertar.

Sí era un sueño, estoy en mi cama. Pero ¿que pasa? No puedo moverme, no puedo gritar, quiero levantarme, pero lo único que logro es caerme. Terminó mi sueño.